Tenía previsto escribir sobre los ganadores del maratón de Boston, ¡pero a quién le importa ahora quiénes han ganado!
Tenía previsto escribir sobre la curiosa historia de esta carrera, la más antigua de las que se celebran anualmente en el mundo, nacida en el siglo XIX, ¡pero a quién le importa ahora cuándo nació y por qué!
Tenía previsto escribir sobre…
Pero lo que quiero escribir ahora es una palabra: ¡Asesinos!
Asesinos. Seáis los que seáis. Esos que han urdido esta salvajada. Asesinos que seguramente estarán satisfechos de haber matado a tres personas, una de ellas un niño de ocho años. Asesinos que han triunfado a la hora de convertir una fiesta en un funeral. Ciento cuarenta heridos, algunos en estado crítico, numerosos amputados… Es estremecedor.
Varias bombas cuando se llevaban aproximadamente cuatro horas de carrera, cuando decenas de corredores estaban llegando a la meta, en un momento en que se podía hacer mucho daño, como se ha hecho. Es terrible. Confieso que las imágenes del momento de la primera explosión me han aterrorizado.
¡Asesinos!
Y me apropio de los versos de Lluis Llach, en Campanades a Morts:
“Asesinos de razones, de vidas/que nunca tengáis reposo a lo largo de vuestras vidas/y que en la muerte os persigan nuestras memorias”.