Carros de fuego

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Autor: Ángel Cruz

Lavillenie saltaba arbustos con una escoba

Barbezieux-Saint-Hilaire es un pueblecito del suroeste de Francia, de 5.000 habitantes, por el que pasa el Camino de Santiago y que atrae a numerosos turistas. Allí vino al mundo el 18 de septiembre de 1986 Renaud Lavillenie, el rey de la pértiga, y allí comenzó a saltar, si puede llamarse saltar pértiga a tratar de superar arbustos en el patio de su casa provisto de una escoba. El niño Renaud quería imitar a su padre, Gilles, que había practicado una especialidad que, en el futuro, iba a dominar aquel chiquillo que organizaba en su jardín Juegos Olímpicos para sus amiguetes y para su hermano, Valentin, que también llegaría a ser pertiguista de élite. El último éxito de Renaud ha sido su victoria en los Mundiales de pista cubierta de Portland (Oregón, Estados Unidos).

LAVILLENIE, Portland

Cuando nació Lavillenie (en la imagen, tras vencer en Portland), el entonces soviético Sergey Bubka, a quien iba a destronar, era capaz ya de elevarse por encima de los 6,01 metros (único hombre capaz de hacerlo en aquellos momentos), había ganado ya un Mundial y un Campeonato de Europa y soñaba con volar más y más alto, con récord tras récord, recompensados generosamente hasta convertirle en un hombre rico y en un mito del atletismo y del deporte en general.

Cuando Renaud Lavillenie comenzó a entrenarse un poco seriamente, a los siete años, en el estadio de Cognac y a las órdenes entonces poco exigentes de su padre, Bubka había subido ya hasta los 6,15 metros, su máxima conquista del espacio.

Los alcanzó en Donetsk, una ciudad actualmente arrasada por la guerra de Ucrania, donde se celebraba una reunión monotemática, con el salto con garrocha como única atracción. Nadie entonces podría ni siquiera soñar que aquel muchacho francés no muy alto y no muy fuerte, pero muy rápido y decidido, iba a ser el encargado de tomar el Palacio de Invierno y destronar al Zar.

Iba a suceder el 15 de febrero de 2014, también en Donetsk, uno de los escenarios de los éxitos de Sergey (y de Yelena Isinbayeva), organizador de la competición. Un emocionado abrazo entre los dos selló el relevo en la cúpula del salto con pértiga. Fue la última vez que se disputó esta reunión, porque Donetsk está en la actualidad casi en ruinas, pisoteado por el apocalíptico caballo de la guerra.

Lavillenie es el hombre que más se ha elevado. Tiene el récord mundial en pista cubierta en 6,16, pero al aire libre el dueño de la plusmarca sigue siendo Bubka, con los 6,14 que consiguió en la altitud de Sestriere (Italia). Ese será el objetivo estival del francés. Subir por encima de esa medida al descubierto (ahora tiene 6,05) y ganar el título olímpico, como ya lo ganó en Londres, hace cuatro años.

Es curioso que al mejor perchista de los últimos tiempos se le atragantan los Mundiales al aire libre: Ha competido cuatro veces y el oro siempre se le ha escapado de los dedos: tres bronces y una plata.

Lavillenie es un genio de la pértiga, de extraordinaria técnica, más bajo de lo normal (1,77 metros) y más liviano (69 kilos), pero más veloz que casi todos. Llega a la tabla a 35,4 kilómetros por hora, algo más rápido de lo que llegaba el Zar. Y cargado con la pértiga y sin poder bracear, lo que aumenta sustancialmente el valor de este dato. Lavillenie utiliza una garrocha más dura (resistencia a la flexión) de la que empleaba Sergey y tiene un agarre (la medida más alta a la que está la mano) de 5,08 metros. Bubka agarraba algo más alto, hasta 5,15 en momentos especialmente propicios. Es decir, que Lavillenie salva el metro y ocho centímetros de diferencia entre el agarre y su marca a base de fuerza con los brazos, impulso de catapulta del instrumento y técnica para rodear el listón.

Una maravilla.

Si Renaud comenzó a entrenarse con siete años, y con su padre, su primera experiencia internacional en competición importante no llegó hasta los veinte, cuando compitió en los Europeos Sub 23 de Debrecen (Hungría). Fue sexto y pasó desapercibido. Sin embargo, dos años después el salto de calidad fue apoteósico.

Gilles, su padre, ya sabía que tenía entre las manos una joya y, consciente de la modestia de sus conocimientos, puso en contacto a su hijo con Philippe D’Encause, un mítico técnico francés. D’Encause fue un atleta de élite: octavo en los Juegos de Seúl 1988 y décimo quinto en los de Barcelona 1992, y llegó a saltar 5,75 metros en 1993. Era hijo de Hervé d’Encause (nacido en Hanoi, cuando Indochina era una colonia francesa), medalla de bronce en los Europeos de Budapest 1966 y que llegó a tener el récord europeo de la especialidad, con 5,28 (1967).

En ese 2009 Lavillenie ganó el Europeo en pista cubierta de Turín en marzo, superó los seis metros por primera vez en junio y fue bronce en los Mundiales de Berlín en agosto. Ya estaba en la cima. Esos primeros seis metros los consiguió Lavillenie en el Campeonato de Europa por Selecciones de Leiria (Portugal), con 6,01. Superó, además, el récord francés de Jean Galfione, que tenía 5,98 desde 1999. Mejorar la plusmarca de su país no es poca cosa, porque la escuela francesa es históricamente una de las mejores del mundo. .

El primer título europeo lo consiguió Lavillenie al año siguiente, en 2010, en el estadio Lluis Companys, más conocido como Montjuïc, sede de los Juegos de 1992. Y el título olímpico lo alcanzó en Londres 2012. Tiene todos los títulos absolutos posibles, salvo el mundial, como ha quedado dicho.

Esta competición le ha sido esquiva en las cuatro ocasiones que la ha afrontado. En Berlín 2009 fue tercero, con oro para el australiano Hooker; en Daegu volvió a subir al tercer escalón del podio, esta vez con el polaco Pawel Wojciechowski como ganador. En Moscú 2014 cambió el bronce por la plata, pero cedió ante el alemán Raphael Holzdeppe, y el verano pasado, en Pekín, sucumbió ante el canadiense Shaw Barber.

Una maldición casi bíblica que sufre el primer campeón mundial indoor en Portland.