Tomás de Cos
La foto se repetía en la calurosa tarde parisina. Rafa Nadal dejaba caer su portentoso físico sobre la alfombra de arcilla de la Philippe Chatrier tras el último punto. El más sencillo y sentido tributo a una tierra sobre la que permanece invicto desde su debut y que le ha convertido en leyenda con apenas 21 años recién cumplidos.
Roger Federer, el tenista más completo, elegante y superior de la historia, volvía a estrellarse frente al muro de carreras, golpes liftados y fuerza mental propuesto por el balear, que ha firmado la mejor temporada sobre tierra batida de su carrera deportiva. Nadal, cuyo tenis no deja de progresar bajo la sabia batuta de su tío Toni, es el único que conoce la fórmula magistral para batir al número uno mundial. Lo ha hecho en ocho de las doce veces que se han enfrentado, aunque las cifras esconden cierta trampa ya que seis de ellas se han producido en los dominios del manacorí (tierra batida). Un dato ilustrativo del reinado absolutista del español y de la versatilidad y la solvencia del suizo.
Pero más allá de la evidente ventaja que le concede esta superficie, Nadal triunfa por su cabeza privilegiada. El mallorquín no resuelve complicadas ecuaciones o algoritmos pero tiene una innata e infinita capacidad para competir y superarse a sí mismo. Y esa es la mayor dificultad que entraña el deporte de la raqueta. Sobre la pista no hay dónde esconderse y nadie da un relevo. Hay que saber reponerse después de cada mazazo encajado y de cada oportunidad perdida.
Nadal salta a la cancha convencido de la victoria, con independencia de cuál sea la superficie y el rival de turno. Además de ser ya un tenista muy completo tiene la virtud de crecerse en los momentos importantes, cuando las cosas se ponen feas y a la mayoría se le apaga la luz. Su actual nivel de auto confianza le hace casi invencible (ha defendido con éxito 2.300 puntos ‘terrícolas’) y le llevará de nuevo hasta la final de Wimbledon.
La rivalidad que el suizo y el español mantienen desde hace ya tres temporadas no sólo les hace mejores cada día, ha devuelto al tenis la pasión y la emoción perdidas devolviendo al cajón a los fríos cañoneros que llevaron el desinterés a los aficionados.
En el tenis actual no basta con golpear duro a la pelota como muchos creen. Es necesario dominar todos los golpes y tener una gran movilidad, solidez y precisión. Sólo así es posible mantener duros e interminables intercambios ajustando los tiros a las líneas. Federer, Nadal, Djokovic o Davydenko, semifinalistas en Roland Garros (el Grand Slam más exigente), son el mejor ejemplo de ello. Y de nuevo el español, que sigue la estela de Borg, ha vuelto a imponer su carácter ganador.