Por Tomás de Cos
Roger Federer volvió a hacer en el Centro Nacional de Tenis Billie Jean King de Nueva York lo que mejor sabe hacer: ganar. Con la naturalidad y la media sonrisa dibujada en su rostro, sus señas de identidad. Ante la mirada incrédula de miles de aficionados a la raqueta, entre ellos los mediáticos Robin Williams, Alec Baldwin, Robert de Niro o Dustin Hoffman. Nueva York sigue siendo la ciudad cosmopolita por antonomasia.
El talento innato sigue protegiendo al hombre tranquilo que ha congelado el tenis mundial desde 2004. Con su habitual aura de normalidad superó a ‘Nole’ Djokovic en tres sets, por 7-6 (4), 7-6 (2) y 6-4. Chapeau por el nuevo del patio, un súper clase osado y con dotes de showman –las imitaciones de Nadal, Roddick o Sharapova eran realmente buenas-, que a pesar de sacar lo mejor de su joven tenis, pecó de imprudente.
Hasta siete puntos de set remontó Federer en las dos primeras mangas tirando de experiencia y de su habitual frialdad en los momentos importantes. Toda una lección de madurez del tenista llamado a suceder a su amigo Sampras (con quien disputará cuatro exhibiciones antes de final de año) como el mejor de todos los tiempos. Números aparte, para el que escribe estas líneas el de Basilea, que empezó tarde (a los 8 años) a pasar bolas, ya lo es hace tiempo. Por su técnica, por su abanico de golpes y por su versatilidad, la que le permite brillar en cualquier tipo de superficie. Incluso en tierra, eso sí, con permiso de Nadal.
Djokovic se vació sobre la pista durante los tres sets sin recompensa, salvo el ánimo incansable de los suyos, ataviados todos con su misma vestimenta. Y la presencia de Sharapova entre ellos, que no es poco. Su atrevimiento resultó tan elogiable –apuesta por dominar los puntos y no especula- como inconsciente. Federer resulta letal en un duelo abierto, en especial sobre pista dura. Y el serbio apenas se protegió de su rival. No varió un ápice su habitual esquema de juego y lo pagó caro. Federer también tiene una gran movilidad y un físico poderoso que ha aprendido a dosificar. La garra, la calidad y las ganas no son suficientes para batirle. Como ya demostrara Rafa Nadal en repetidas ocasiones hace falta un plan. Una estrategia para insistir en sus escasos puntos débiles (obligarle a golpear el revés muy alto, sobre todo) hasta hacerle humano.
Federer se impuso por golpes y por fortaleza mental a un ciclón de juego apellidado Djokovic. Encajado el primer break del choque en el undécimo juego del primer set, el helvético forzó el desempate y provocó un ataque de pánico en su rival (con doble falta incluida), al remontar un 40-0 primero, y hasta tres ventajas del serbio con su servicio después. Así, el tie break se antojaba demasiado cuesta arriba para 'Nole', que sucumbía, con otra doble falta, en la segunda oportunidad del suizo para anotarse la primera manga.
Pero el segundo capítulo fue aún más duro. El ímpetu de Djokovic, unido a los habituales despistes de Federer en los arranques de set, colocó a la nueva sensación del tenis mundial con un 1-4 a su favor. Pues ni por esas. Federer volvió a recurrir a la magia de su saque y a su mejor aliado en los momentos delicados: la agresividad. Salvó el 2-4 con apuros y se anotó ocho puntos seguidos, para romper en blanco el servicio de Djokovic y colocar el 4-4 con su mejor arma. Sencillamente impresionante.
Pero antes de volver a mostrar su abrumadora superioridad en la segunda muerte súbita (7-2), Federer volvió a salvar dos nuevos puntos de set al tenista de Belgrado. Un duro escarmiento para un debutante en la final de un Grand Slam, convertido en el tercer tenista más joven de la historia en disputar la final del US Open. Un golpe moral que inclinaba definitivamente el encuentro.
En la manga definitiva Federer ya acariciaba su duodécimo ‘grande’, avasalló al servicio – Djokovic apenas podía poner la bola en juego al resto- y resultó intratable. El suizo lució su tenis tranquilo, maduro, superior. El que le ha llevado a disputar las últimas diez finales de Grand Slam (y a ganar ocho), algo inédito en la historia del tenis. Desde la línea de fondo y en la red. En los últimos suspiros ‘Mr perfecto’ se sacó dos grandes genialidades de la chistera. Un remate de revés en escorzo a la línea y un revés cruzado corto que llevó al serbio junto al palco que escoltaba su banco. Con el segundo provocó la primera bola de partido. Y a la segunda no perdonó.
Lo de menos son los 2,4 millones de dólares que se acaba de embolsar o el flamante Lexus, con el que el principal patrocinador obsequia al ganador, que a buen seguro donará. No sólo es el mejor con una raqueta en la mano, sino un amante empedernido de este deporte. Debe hacerle falta mucha imaginación para seguir encontrando alicientes.