Pues a mi todo esto también "me está matando". Me refiero al desquicie de las últimas semanas con el problema del blog (sólo solucionados parcialmente y sobre los que volveré, aunque al menos con más conocimiento del estado de las cosas gracias a un correo que me envió Tomás), a mi condición de zombi sonámbulo por los horarios del AO, la nieve madrileña, el aluvión de post (también mails que aseguran el hilo de conexión con los amigos del ciberespacio en caso de naufragio) y ahora el ingente "trabajo" atrasado de escribir cosas que no pude hacer en estos días. Tengo mucho material inédito sobre los avatares del torneo y muchos comentarios que "replicar" a muchos comentaristas. He leído todos los mensajes, algunos interesantes a más no poder, y comprobado con satisfacción la vuelta de blogueros "desaparecidos" y la incorporación de otros nuevos.
Intentaré esta semana analizarlo todo, pero me gustaría comenzar por el final de la historia, o sea, por Federer y sus "emociones". Vaya por delante que estoy básicamente de acuerdo con la postura de Grafight, Valkiria y Seve en este asunto. Y ya no se trata de asumir antifederismo ninguno cuando la noticia son los logros de Nadal, pero es que si no se hacen algunos matices parecería, efectivamente, que Mr. Perfecto es el protagonista del AO por mostrar su "rostro humano más tierno", y uno ya se cansa de desayunarse todos los días con la ristra de papeles que nos enseñan sin cortapisas la "grandeza" del suizo en todas las facetas tenísticas y extratenísticas, mientras que se sigue, consciente o inconscientemente, poniendo en solfa el análisis de las primeras en relación a Rafa, al que se le minusvalora, consciente o inconscientemente, destacando siempre entre sus virtudes los aspectos más intangibles y raciales que nada tienen que ver con la batería de exquisiteces técnicas que se utilizan para adular a Roger. Pero más hastío me produce todavía el tratamiento compulsivo de "gentelman" de las pistas que se le hace al de Basilea. Es como un tic preestablecido, como las botellas de Rafa o las retahilas del manacorense en cada discurso ("es el mejor y un buen tipo" y bla, bla), ya una tradición de alguien que junta una suprema ética con el contrincante y el juego (gracias a la base filosófica que relativiza ese juego y que le han inculcado acertadamente desde niño) a un saco de manías supersticiosas. Hasta el brillante JJ Mateo emplea en la leyenda de la foto portada de El País términos como "caballeroso e imperturbable" para referirse al suizo (cuando ambas expresiones deberían ser de propiedad exclusiva de Rafa) y Conchita Martínez títula su artículo en las páginas interiores como "duelo entre caballeros". Al final se colige que el resto de los profesionales del circuito son unos facinerosos que increpan públicamente a sus contrarios cuando son batidos y que humillan burlonamente a éstos cuando son ellos los triunfadores, y por ese motivo nunca se les aplicará esos generosos calificativos, patrimonio indivisible del hombre de Basilea. Como en los tiempos salvajes :-)
http://www.youtube.com/watch?v=OYYUtb4GUHE
http://www.youtube.com/watch?v=03QbomVpdlk&feature=related
http://es.youtube.com/watch?v=5xAPwx3z950
http://www.youtube.com/watch?v=YxAPKtOe0fQ&feature=related
Dice mi admirado Carlos (genial lo de la "peligrosidad" de "Rock Bottom") que "hay que tener un par de pelotas para hacer lo que ayer hizo Federer: mostrar al mundo su debilidad a cara descubierta". Yo no lo veo así, tan sólo estaría de acuerdo sustituyendo en la frase "pelotas" por "neuronas":
En primer lugar, porque un llanto fisiológicamente espontáneo no es cuantificable como mérito personal, tan sólo es un acto involuntario, reflejo del grado de sensibilidad y/o inmadurez de la persona a la que le embarga ese sentimiento.
En segundo lugar, por el patetismo (casi una provocación al lado de las pequeñas y grandes tragedias humanas del mundo "real" ) que desprenden los lloros de un multimillonario por perder un partido de tenis, algo seriamente irracional por los motivos que han expuesto Grafight y Seve y sobre los que no vale la pena insistir, ya que están al alcance de cualquier comprensión.
En tercer lugar, por denotar una falta de clase impropia de un campeón habituado a una indigestión perpetua con la miel del éxito y que, en no pocas ocasiones, ha hurtado de la autorreflexión ponderada de las victorias el análisis ecuánime de factores y circunstancias que las relativizarían. Una atalaya egocéntrica que le impide a su vez, en sus contadas derrotas, visualizar la influencia que en las mismas han tenido los atributos deportivos del oponente.
En cuarto lugar, porque un poseedor de su currículum debería saber que el efecto inmediato de esas lágrimas en un acto de celebración es la bajada del perfil de ésta en cuanto al reconocimiento protagónico y de autosatisfacción al que se ha hecho acreedor el legítimo vencedor del duelo. Dicho de una forma menos cursi, que los espectadores se concentran en compadecer al perdedor, y al ganador se le chafa el festejo y se "le corta el rollo".
En quinto lugar, porque a medio plazo ese desliz se revelará como un handicap a la hora de rentabilizar su imagen. La de superhéroe que no debe desmoronarse ante las dificultades. O la del ídolo que acepta con elegante deportividad, dignidad u orgullo según los casos un contratiempo en un mar de triunfos (esa mirada de "mamá" Mirka...).
Y en sexto lugar, por absurdo. Los tipos más duros lloran de alegría por las victorias más señaladas. Aquellas que se han perseguido durante mucho tiempo sin conseguirlo. O las que representan, cuando se obtiene por primera vez el éxito, la culminación de un sueño. Los tipos menos duros también pueden gemir si la diosa fortuna les ha sido esquiva (una lesión cuando iban a culminar una proeza, por ejemplo), cruel (los match-point que se fueron, la remontada imposible cuando tocaban el cielo con las manos, etc.) o inoportunamente emocional (última posibilidad de gloria, un título que se destinaba como homenaje póstumo a un ser querido, etc.).
El llanto de Federer, sin embargo, no correspondía a ninguno de esos perfiles. El suyo era más "innovador": lloraba porque... ¡no había igualado un record en el momento en el que él había previsto! No representaba el primer AO, ni completaba un Grand Slam, no era su último tren, ni habia sido precedido por rondas anteriores épicas ante los rivales más competitivos; no había salvado match-balls con jugadas imposibles, no le habían volteado in extremis una ventaja muy favorable, ni siquiera había ido por delante en el marcador . Era un desencanto absurdo, si tenemos en cuenta que había declarado hasta la saciedad que tenía mucho recorrido por delante todavía, muchos años de tenis, que no tenía prisa porque iba a gozar de muchas más finales para derribar a Sampras, que le esperaban aún 20 duelos más con Rafa o 20 oportunidades más de ganar GS´s.
Si alguien pensó alguna vez que cuando llegaran las decepciones, el helvético de oro iba a ser el más risueño anfitrión en esos esporádicos instantes de bandeja en vez de copa, cariñoso a más no poder con rivales, jueces y maquinitas, consciente de la suerte de haber nacido 5 o 7 años antes que Rafa, Andy o Novak, que ya no le podrían quitar lo bailado ni morderle los trofeos de su vitrina, se equivocaba radicalmente. En el universo federiano no tienen cabida esas reflexiones, casi en la misma medida que en el nadalista no se oyen los lamentos por las ausencias en eventos que dan prestigio y marcas a los atletas perfectos que nunca se lesionan, por tener que jugarse siempre todos los GS frente al aspirante a recordman y siempre en campo contrario (ambas cosas insólitas en la trayectoria de los grandes maestros de este deporte, incluyendo, obviamente, al propio Federer).
Y ahora resulta que esa pueril personalidad con ojos húmedos del que hace unas semanas displicentemente no cruzaba ni la mirada en sus secas felicitaciones con el respetuoso para con él Murray no es sino motivo de elogios en la generalidad de los medios y aficionados. Si son federistas, confundiéndolo con pundonor torero o solidarizándose con rabia por ceder ante el "tosco" mallorquín. Si son nadalistas, bajo un inexplicable y enternecedor síndrome de Estocolmo ("me dió pena y tal"). Todos los detallados informes que se han publicado en este blog sobre egoísmos, arrogancias e ingratitudes, papel mojado en la amnesia colectiva.
Dice Rogelio que el problema estriba en que en esas situaciones no puede huir al vestuario a darse una ducha fría para atemperar su congoja y que es duro tomar el micrófono. Claro, tan duro como firmar un autógrafo a tus incondicionales o felicitar sinceramente a tu verdugo cuando has doblado la rodilla. Eso él lo resuelve (al contrario de otros que hacen de tripas corazón) enfilando raudo su frustración por el túnel de salida de pista. Pero, atrapado en el protocolo de las finales (esas en las que ha descorchado el champán 57 veces), esta vez no pudo hacerlo. Qué triste pena.
Dicen las malas lenguas que el Federer fuera de los focos, el que entra en la intimidad de ese vestuario, es un personaje menos tierno y con arrebatos frenéticos de los que sólo son testigos sus más allegados. No hablaré de lo que no he visto, sólo puedo disertar sobre lo que desgranan los tenistas ante un micrófono de mesa, ya después de esa ducha relajante. Y veo que los odiados Murray y Tsonga hacen unas declaraciones modélicas respecto a sus derrotas con Verdasco, tanto que las podría firmar el propio Rafa, y sin embargo el primero es tildado de creído y el segundo de exhibicionista (los show "tribuneros" del madrileño se ve que tienen dispensa papal).
Y también vi las que hizo el suizo el domingo después de los kleenex y del baño reparador:
"Este es uno de los partidos de mi carrera en los que creo que tendría o debería haber ganado. Pero lamentablemente no serví bien. Sin embargo fui capaz de ganar un set con sólo un 30% de primeros, lo que indica que hice grandes segundos.... Nadal es resistente en el quinto set, pero no más que otros jugadores. Sabía que la duración del partido del viernes no le iba a afectar demasiado físicamente. No fue más fuerte al final. En un 5º set todo puede suceder. Ese es el problema. No siempre GANA EL MEJOR, es cuestión de momentos puntuales. Yo jugué un quinto set horrible y se lo puse en bandeja.... ¿Sobre los breaks desaprovechados? Bueno, en esos momentos lamento no ser zurdo para poder disputar (con su drive se refiere) esos puntos en el lado de las ventajas y no sólo poder hacerlo en los "deuce". Eso, indudablemente, supone una ventaja para él. Y no es la primera vez que ocurre... ¿Que si creo que todavía puedo ganarle? Seguro. No perdería cuatro horas y media jugando si no lo creyera."
Pues sí, con un par de pelotas. :-)
02/03/2009 10:07:00 AM