B.K.
EL EXTRAÑO QUESO DE RICHARD WILLIAMS
CAPÍTULO VII
Desde que cerró su academia, Santoro consideraba que él no servía como profesor de tenis; además, no veía, de ninguna manera, que Nadalinda tuviera cualidades para destacar en ese deporte; sin embargo, Williams le prohibió hacer comentarios pesimistas.
─Nadie hubiera creído que alguna de mis hijas llegaría a ser una buena tenista –recalcó-. Con Lynder, Asha y Yetunde, que eran las que tenían mejores condiciones, fracasé por inexperiencia, pero, con Venus y Serena, que, inicialmente, se movían igual que patos desplumados, alcancé el éxito. Supe transmitir que, mediante el esfuerzo continuado, se refuerza la convicción, se diluye la debilidad y el triunfo aparece como fruta madura.
Las primeras pruebas con Nadalinda sorprendieron a Santoro. Aquella giganta era incapaz de dar cuatro pasos seguidos sin caerse, pero, aunque fuera tan corta de vista, mostraba unas extraordinarias reacciones instintivas; con su brazo más largo, parecía llegar a todas partes; manejaba la raqueta de modo fantástico, sobre todo de revés, y su saque era algo nunca visto: la pelota, siempre bien dirigida, alcanzaba con comodidad enormes velocidades; ensayaba durante horas sin distraerse y, como mucho, cometía una doble falta cada semana. Pese a sus limitaciones al desplazarse, era evidente que podía ser una adversaria temible para cualquiera. El principal problema radicaba en que, si no se le daban órdenes, se desentendía por completo del juego.
─En un partido oficial, sería imposible indicarle permanentemente lo que tiene que hacer –recordó Santoro-. Si no aprende a actuar por sí misma, lo que estamos haciendo será inútil.
─Si no lo conseguimos en un año, será en dos, pero aprenderá –le respondió Williams.
Pasaron varios meses. Practicaban sin tomarse una jornada de descanso. Safin les permitió plantar un huerto cerca de la pista de entrenamiento; sobrevivieron gracias a eso. Santoro preparaba platos exquisitos con ingredientes muy básicos.
Poco a poco, Nadalinda comprendió que debía pegarle a la pelota siempre que pudiera, sin esperar a que le dijeran que lo hiciera. Ese avance fue importantísimo, pero su manera de jugar, aunque no era fácil de contrarrestar, al ser tan previsible como el tictac de un reloj, no transmitía la menor emoción al espectador, fuera de cierta irritación debida a la monotonía.
Un día bastante caluroso, sucedió algo que, a Williams y a Santoro, les pareció un milagro. En medio de uno de los entrenamientos habituales, caracterizados por la repetición interminable de golpes idénticos, Nadalinda realizó una dejada en la que la pelota, después de describir una trayectoria indescriptible, cruzó la red, botó y retrocedió, dando el siguiente bote en la mitad de la cancha de la que procedía.
─¡Increíble! –exclamó Williams.
─Ha debido ser una casualidad –supuso Santoro-. Una vez, conseguí hacer algo parecido, frente a Nalbandián, pero es absurdo pensar que ella...
─¡Vuelve a hacerlo! –indicó Williams.
Nadalinda cumplió con éxito la orden... treinta veces.
─¡Esto es mejor que lo que yo hubiera podido imaginar! –reconoció el padre de Venus y Serena.
Santoro se había quedado estupefacto. Contemplaba a Nadalinda, silenciosa y deforme, como si nunca hubiera visto sus desiguales extremidades, sus extrañas gafas de buceador y su ridículo moño. Siempre le había molestado que Williams la tratara despóticamente, pero, en el fondo, él mismo veía en ella un engendro diabólico que jamás debió existir. Ahora, empezó a dudar; después de todo, quizá esa chica horrorosa era sensible, capaz de pensar por sí misma y de tener sentimientos bellos.
Durante las próximas semanas, Nadalinda jugó sin obedecer, ofreciendo, a su antojo, maravillosas exhibiciones, desconcertando, entusiasmando, superando todo lo conocido. Sus dos entrenadores, formando pareja, eran vencidos con una facilidad pasmosa. Ante semejante espectáculo, hasta la chatarra que les rodeaba, agitada por el viento, parecía conmoverse y producir aplausos.
─No ha existido un genio semejante, en la historia del tenis –comentó Williams, emocionado-. Ha llegado el momento de mostrarla al mundo entero.
Esa noche, el padre de Venus y Serena, presa de gozosos pensamientos, se dedicó a discurrir, para Nadalinda, una biografía que conmocionara al público. Convenía que su origen fuera un misterio, aunque debía quedar claro que su infancia había sido muy dura y que había pasado hambre. Para no levantar sospechas, debía aprender a comer algo que no fuese tierra y piedras. Mientras Santoro no pasaría de ser el masajista, él aparecería como el benefactor que había liberado de su cruz a esa desgraciada. A pesar de lo fea que era, caería bien en todas partes; terminaría siendo respetada y admirada. Richard, que sabía que pronto sería millonario, reconocía que había sido muy severo con aquella muchacha, pero, pese a no ser más que un “montón de harina”, ella debía comprender que él le había proporcionado las alas con las que triunfaría...
A la mañana siguiente, Richard Williams se despertó mucho más tarde que cualquier otro día. Sin duda, el convencimiento de que había alcanzado lo que perseguía le había relajado más de la cuenta... ¿Por qué no le habían avisado? Se sobresaltó. Llamó a Santoro y a Nadalinda hasta quedar afónico, pero no le contestaron. Horas después, descubrió que, junto a su almohada, habían colocado algo semejante a un queso negruzco. Respondiendo a un impulso que le había incitado a liberarse de una carga extravagante, Nadalinda se había cortado el moño y lo había arrojado al lado de quien la había esclavizado. Había aprendido que no necesitaba alas; bastaba con romper ciertas cadenas.
12/17/2009 11:00:28 AM