Alejandro Soliz Hidalgo Sexto Periodismo
La ¿Bulliciosa? Plaza Foch
Salgo de mi departamento al anochecer de un día lluvioso. Y bueno… departamento diría yo, cuando en realidad es un cuarto con cocina y baño. Pero se escucha tan feo la insinuación de: vamos a mi cuarto que la chica terminaría por desistir y con justa razón. ¿Entonces? Es departamento, no more questions.
Camino por aquellas estrechas calles de la Valladolid, en el sector de la Floresta, aquel barrio que alberga los sueños de muchos jóvenes solitarios por superarse. En las mismas arterias que frecuentemente ven en su pavimento las huellas de las pisadas de aquellos que venimos de otras ciudades para estudiar en la capital. Ese pavimento, ese ser tan malvado que representa muchas veces a nuestros sueños, a nuestros estados de ánimo: pisados y en el suelo.
Continúo caminado, la oscuridad se apodera del ambiente y de mi alma. Se apodera pero para bien, me encanta la noche, el frío, el yin; me encanta aquella extraña entelequia que vuelve oscuro todo lo que está a su paso, lo vuelve todo más frío, más tranquilizador, atenuante del dolor.
El día, aquel odioso ser acompañado de un recalcitrante sol, que muestra en todo su esplendor la miseria humana, se había ido para siempre porque doce horas son eternas. La noche me arropaba en su negro regazo, con su silencio intrigante, con su encantadora forma de ser.
Y seguí caminado bajo la estela de ese ser, que parece estar contenta al liberar una tenue lluvia lo suficientemente poderosa para formar ríos de agua cristalina en el piso. Esa agua tan cristalina que al contacto con la impureza, se convertía en una asquerosa y espumante agua llena de tóxicos, donde se ve reflejada la vida misma de algunos seres de carne, hueso y alcohol, como su esencia, su sangre: sucia, carente de sentido, vacía, abatida. Me daban ganas de llorar, veía reflejada la vida de muchas personas a quienes aprecio de verdad. No es un discursito de poder, es que realmente me importan y mi susceptibilidad lo demuestra.
“Para que leer, si al fin y al cabo vas a terminar trabajando como esclavo de tus propias acciones, disfruta la vida que hay una sola”, me dicen. Y yo pienso, ¿es disfrutar la vida eso? Algo aparentemente tan fácil de contestar para aquellos de pensamiento limitado y pánfilo, que no se si tenerles envidia por lo claro que lo tienen o pena por su obstinación en el deseo carnal (…) donde el intelecto no es nada, pero en verdad lo es todo al fin y al cabo. Nunca lo entenderán. No me importa, algún día lo harán.
Y seguí caminando, y lo continúo haciendo sin parar, cuando de repente me di cuenta de algo. De una sensación de bienestar, de paz, pero no encontraba explicación alguna; cuando de repente me di cuenta: mis conflictos internos habían desaparecido por completo. A ver, a ver Alejandro, hasta que por fin lo superaste… me decía una voz. Necesitaba escuchar esa voz, la necesitaba tanto o más que un Juan Montalvo a su pluma. Era lo único que me hacía feliz y lo había estado esperando tanto, tanto tiempo…
Las preguntas: ¿por qué no eres como los demás? ¿Por qué no eres un chico normal? Me habían aquejado enormemente los últimos años, especialmente los universitarios. Y ¿qué tiene de malo no ser como los demás? ()
Nada… me respondí finalmente. El alcohol no llama mi atención, las drogas, tampoco, sexo egoísta y falto de un mínimo de cariño, menos aún… ¿por qué no eres como los demás?....
… y me sentí orgulloso de ser alguien diferente. Me subía la autoestima y…
… finalmente había llegado a la plaza Foch. ¿Cuanto me demoré al llegar? no lo se ni me interesa, es que el caminar sin compañía alguna, en una espléndida y lluviosa noche, acompañado de unos audífonos que emitían música ochentera, mezclada con sinfonías del gran Mozart, es un gran placer.
Me sorprendí, al ver una plaza semi-vacía, y tan hermosa a la vez. Aquella plaza, sin jóvenes parados allí en un viernes o sábado más por costumbre que porque tengan algo que hacer. Parados, allí conversando sobre chismes, tonterías, alcahueterías, hazañas sexuales hiperbolizadas, drogas, alcohol, peleas, vacíos existenciales. Parados, con una cerveza de una mano y el cigarrillo en la otra; es que para ellos ambas son como las plantas y el oxígeno; se necesitan la una a la otra. Parados allí, con sus mejores galas, botas hasta la altura de las rodillas, pantalones ceñidos al cuerpo, pestañas postizas, siliconas por doquier, maquillajes en exceso, tanto que no se si son chicas o payasos…
¡¡Como carajo pueden ser payasos!!, su alma está inconsolable; su cuerpo y su maldito deseo cegado por la pasión y la lujuria les impiden ser felices. Y creen que lo son, se auto-convencen de ello, pero sus ojos demuestran una tristeza tan profunda por su vida tan vacía, que simplemente se limitan a sonreír. Sonrisas falsas, hipócritas, engañosas pero muchas veces cautivadoras… Trampas al fin y al cabo…
… todo ello no existía. Era Lunes, segundo día de la semana, a quién puede ocurrírsele “joder”, “chupar” y “tirar” un Lunes. Y recordé que para esta juventud, que en proceder no me siento parte, nada es imposible. Y vaya que no estaba equivocado: discotecas abiertas, murmullos lejanos, bocinas de carros cuyos chóferes están exasperados por llegar a sus destinos, sean estos los que fueren.
Pero ya no había el murmullo insoportable de los fines de semana; en comparación a éstos, el Lunes era como un niñito que para de llorar cuando su consentidora madre le da el juguete que apenas hace un minuto vio… y quien le puede culpar a ese niño… es una criatura, no sabe lo que hace, ¿o si? En fin…
Yo tengo un problema, es que mis pensamientos cercenan mi cabeza. Hay un fuego, un fuego tan profundo que consume mis conexiones mentales.
Y decido seguir, encantado por el silencio tan extraño y tan hermoso de aquel lugar acostumbrado a todo menos a la belleza, el silencio, ese ser tan raro de encontrar pero tan hermoso de percibir y sentir.
Caminando por pasillos oscuros, aquellos que nunca se observan, simplemente se ven. Un olor nauseabundo invadió mi nariz, un olor irritante. ¡¡¡Diablos!!! Orina, ese olor tan desagradable e inconfundible a la vez, se había apoderado de la noche por unos momentos…
… y desaparecía cada vez en cuando, similar a una mujer manipuladora.
Calles bien iluminadas (las que se ven por la TV como no podía ser de otra manera), y las demás, pues que decir, las demás alejadas de la vista de todos y convertidas en un urinario.
La vida es la vida, es una muestra de la realidad (existe cada realidad como individuo habite en este planeta) y ese urinario creado no es más que la muestra de la inmundicia que rodea aquel pequeño pero confortable sector.
¿Confortable dije? Para casi todos, menos para algunos entre los que me incluyo, como no podía ser de otra manera.
Y transitaba, por aquellos estrechos caminos llenos de una energía negativa, pesada y triste, asquerosa en resumen, cuando de repente una funda de basura llama mi atención. La relacioné con la inmundicia humana…
Estoy desquiciado, pienso…
Todo en ese sector lo veo mal, pero por una parte comprendí que ese no era mi lugar en el mundo. Mi lugar es una cafetería, un buen cine o simplemente mi dormitorio sumido en la oscuridad y silencio totales.
Pedazos de pavimentos rotos, olores extraños que parecerían ser marihuana o algún otro tipo de estupefaciente, cuando algo verdaderamente llamó mi atención; una cadena, una simple cadena que sujetaba en sí a una puerta aparentemente hecha de vidrio, de vidrio frágil y endeble como la personalidad de muchísimos, no todos…
… aquella cadena que tiene como misión no liberarte, aquella que te sujeta en tus garras y de la cual es muy difícil salir, y para algunos imposible…
Esa cadena representada en lo que para todos es la libertad, que en sí no es tal porque se degenera en libertinaje, aquel libertinaje que te oprime, que no te deja ser feliz. Aquel libertinaje que te encierra en su deseo, en su impulso, en su asquerosa nimiedad. Ese mismo libertinaje que te produce alegrías pasajeras con un letal precio: seguir entristeciéndote cada vez más y que por ello se vuelve adictiva; más alegrías pasajeras para tratar de desaparecer esa densa y profunda tristeza; ese sentimiento tan pobre, ese sentimiento tan angustiante, ese sentimiento…
… Hola mi amor, me decía una voz al otro lado de mi celular. Te quiero es lo único que te puedo decir… y colgó…
Era mi novia, aquella que me sacó de mi ensimismamiento, aquella mujer de ojos verdes que piensa tal cual como yo, pero con un crasísimo error: cree en la religión ciegamente…
Frustrante la verdad, igual o tanto como aquel oscuro paisaje, disfrazado bajo un silencio cautivador…
01/27/2010 01:17:30 AM