No dejo de tener la sensación de que Rubiales quería convocar una huelga desde que llegó. De hecho, ganó el puesto presentando un programa duro, en contraste con su antecesor, Movilla, que se había vuelto demasiado bizcochón para ser sindicalista. Rubiales, reciente capitán de aquel Levante que no cobraba y por el que casi se para el fútbol hace tres temporadas, venía endurecido por el conflicto y entrenado en él.
Y se ha encontrado unas bases que le exigían esto. Unos doscientos jugadores tienen atrasos en sus haberes. Lo de pagar tarde y mal (o nunca) a los jugadores es una vieja tradición que se aceleró cuando éstos, de la mano de Javier Tebas, encontraron la escapatoria de la ley concursal. Así podían no pagar (a los jugadores ni a nadie) sin descender de categoría. El uso se convirtió en abuso y en estos últimos años hasta 22 clubes de un total de los 42 de Primera y Segunda se han metido en algún momento en ese burladero. Tras un proceso concursal, liberados de su deuda, han ido saliendo. Pero tras los que salían entraban otros. Ahora mismo están en ese caso Betis, Zaragoza, Racing, Rayo, Hércules, Córdoba y Recreativo, y entre ellos acumulan una deuda conjunta con sus jugadores de 52,8 millones de euros.
Al cabo del tiempo, los jugadores se sienten burlados. Y a ello se añaden agravios gratuitos, como decirle directamente que no se le va a pagar al jugador que se desea que abandone la plantilla, aunque tenga contrato en vigor. Caso frecuente. O, simplemente, apartarles el entrenador del grupo, como apestados, casos Aitor Ocio y Ustaritz en el Athletic o Pedro León en el Madrid. Son gestos que hace que el colectivo se sienta dolido. El remate fue amenazar en una de las discusiones del convenio con considerar periodo vacacional el tiempo que los internacionales dedican a sus selecciones. Eso puso a los internacionales en armas y le valió a Rubiales esa foto de poder, con Casillas y Puyol detrás.
Pero justamente ahora se estaban dando pasos en dirección buena. El Congreso de los Diputados ha votado en comisión una transaccional de la Ley Concursal por la cual en el caso de las sociedades deportivas prevalece la Ley del Deporte. Es decir, que en adelante los clubes que acudiesen a la concursal descenderían por impago a los jugadores. Falta la aprobación del Senado, que llegará en septiembre, y de ahí al pleno de las Cortes. Y entraría en vigor para el final de esta temporada que empieza.
Pero alguien malmetió en la LFP y en asamblea se llegó a votar, de una manera genérica, que en caso de que saliera adelante la transaccional o que la administración decidiera desviar parte del 10 % de las quinielas a los jugadores, quedaría sin efecto el convenio que ahora se está tratando de sacar adelante. A cambio, la liga ofrece crear un fondo común para pagar a los jugadores víctimas de la ‘trampa concursal’, como muchos la llaman. Ese fondo sólo cubriría diez millones anuales, una quinta parte de lo que ha quedado colgado este año, pero ya es mucho más de lo que se ofrece en cualquier sector. La Liga creía que se podía avanzar por este camino. Los jugadores, por su parte, piden participar en la venta de los cromos Panini, piden los derechos de imagen cuando firmen por los clubes y un porcentaje de los derechos de televisión.
Y tampoco tienen para más. Los clubes gastan sistemáticamente más de lo que ingresan y lo gastan, mayormente, en los futbolistas: y en su defecto, en los agentes. La idea de que el dinero del fútbol es interminable ha llevado a los futbolistas a esta situación. Los clubes les han firmado en muchos casos cantidades que no les podrían pagar, empujados por una codicia creciente de los futbolistas y por la rivalidad insensata que alimenta al fútbol, en el que cada cual huye del descenso o persigue el ascenso, o el tren de Europa, con desesperación.
En 1990 participé en la apertura del contrato de televisión de la LFP con las Autonómicas, para dar entrada a Canal+, que aparecía con la fórmula de pago. Lo que ahora se paga por esos derechos es ¡dieciséis! veces más que lo que se pagó entonces. También han aparecido desde aquello nuevas fórmulas de explotación de marketing, y por aquí y por allá las administraciones han ido tapando agujeros: prestando sin esperanza de recuperar, comprando el estadio para dejarlo en usufructo, poniendo publicidad institucional sobrepagada, recalificando generosamente terrenos…
Las teles que dan fútbol sufren, las administraciones están arruinadas, bajo la severa mirada de Angela Merkel, que tiene el mazo de cartas. Ahora se intenta rascar a las radios una cantidad que a ellas les hará sufrir, pero que el fútbol evaporará en dos patadas.
No hay dinero. Alguien tiene que decírselo a los futbolistas. Y una huelga no va a remediar esto.