'Fútbol, dinámica de lo impensado' es el título de un libro de mediados los sesenta, reeditado hace poco. Se debe a un mítico periodista argentino, ya desaparecido, llamado Dante Panzeri. Lo recomiendo. Es una exaltación del ingenio invidual del jugador, al tiempo que un combate a la invasión de tacticismo y cienticismo y camelismo que empezaba a apoderarse del fútbol. Conviene situarse en la época para entenderlo mejor: entonces Argentina exportaba jugadores a Europa, e importaba a cambio técnicos. En Argentina se decía que había que jugar ‘a la europea’, pero en Europa nuestros clubes gastaban el dinero que entonces tampoco tenían en fichar a jugadores suyos, o brasileños o de cualquier país suramericano. Eran especiales, desde luego. Cuando yo empecé a ir al fútbol, niño de doce años, era fácil discernir quién o quiénes eran suramericanos de entre los del equipo visitante: todos tocaban mejor la pelota, todos eran más ingeniosos. O si no, también hay que decirlo, los más malvados.
Panzeri era pesimista. En su libro duda de que a las alturas del cambio de siglo (que él no vio) el fútbol mantuviera el enorme interés que por la época despertaba. Y no es así. Es lo contrario, ya lo vemos. ¿En qué se equivocó? En su pesimismo. El talento natural ha prevalecido sobre el resto.
Le recuerdo esta semana feliz porque tengo el taconazo de Cristiano, el tiro libre de Messi y la última, que no será la última, exhibición de la Selección Nacional. Eso no lo enseña nadie, eso no está en pizarras, eso no se entrena. Es la inspiración repentina para aprovechar una décima de segundo que te brinda una ocasión extraordinaria. Cristiano caza un balón suelto, que persigue de espaldas a la portería, y resuelve con una ocurrencia genial, materializada gracias a su técnica extraordinaria. El golpe es difícil, hacen falta muchas horas de balón (muchas horas de tenerlo, de quererlo, de juguetear con él) para pegarle así. Un producto de genio futbolístico. Y lo mismo pasó, el mismo día, y en la misma ciudad, con el gol de Messi. Aquí además hay transmisión de la ocurrencia, trabajo en equipo: Xavi es el que despierta la mente de Messi, porque sabe que no han pedido barrera y que puede tirar; Messi pone el resto, el toque exquisito, el balón cruzado, por arriba. Sobrepasando al portero más alto del campeonato para entrar limpiamente por la escuadra contraria. Otro gol genial, éste con inductor y ejecutor. De nuevo una oportunidad extraña, infrecuente, que despierta el talento de un individuo, y de nuevo la proeza técnica.
Los dos jugadores están a las órdenes de entrenadores grandiosos. Diferentes, pero grandiosos. Mourinho tiene cierto aire de alcaide de prisión, Guardiola parece un director espiritual. Los dos son buenísimos, los mejores que hay, posiblemente. Pero a los dos les ganó el partido el ingenio de sus mejores individualidades. Eso sigue llegando más lejos que toda la ciencia que se ha acumulado en los casi cincuenta años que median entre el libro de Panzeri y estos días. Esos cincuenta años que Panzeri temió que agotaran la ilusión de las gentes por este juego.
No ha sido así. El genio individual ha sobrenadado.
Y la combinación de genios individuales. Pero no la combinación programada, sino la que nace de una asociación de ideas espontánea, acompañada de nuevo de la destreza técnica. ¿Vio usted el partido de España? ¿Vio el tercer gol, el primero de Soldado, esa concatenación de lujos que acabó con el balón en la red? ¿Se ensaya eso, se puede ensayar? No. En realidad fue la muestra de que el buen fútbol es contagioso, así como lo es el fútbol rutinario que tanto temió Panzeri. Ha habido fútbol rutinario, precocinado, que agarrota el talento individual. Lo sigue habiendo. Incluso ha ganado partidos y títulos, aunque menos que el otro.
Pero no se ha impuesto. El otro, el fútbol puro, el fútbol ‘de barrio’, dicho como un elogio, embellecido por toda la liturgia de uniformes, estadios, medios y demás, prevalece todavía. España es un magnífico ejemplo de eso.
Panzeri no conoció la escuela de La Masía, ni la apuesta radical de Luis Aragonés por este modelo, ni el juego exquisito de la España campeona del Europa y del Mundo, ni el Barça de estos tiempos. Pero sería feliz si hoy viviera. Sería feliz viendo que sus malas previsiones no se habían cumplido, que sigue gustando y ganando el fútbol que a él le gustó.