Di Stéfano tuvo el registro máximo de goles en la vieja Copa de Europa, con 49. Un registro brillante, conseguido en nueve ediciones (las nueve primeras) en las que se jugaban menos partidos. Eliminatorias a ida y vuelta, y el Madrid varias veces entró en octavos, exento de dieciseisavos por ser el campeón anterior. A base de pasar muchas eliminatorias, de jugarlo todo y de marcar casi siempre (lo hizo en las cinco finales que el Madrid ganó) Di Stéfano conquistó esa marca. Un buen día de 2004, precisamente ante el Bayer Leverkusen, Raúl se la igualó. Y luego fue capaz de elevarlo hasta los 71.
Raúl ya ha labrado su récord en otro tiempo, de liguillas, de más partidos y en catorce temporadas, más la última en el Schalke. Un récord de mérito en todo caso, el de la constancia. No es fácil aguantar catorce años como titular en la delantera del Madrid. Y cuando vio que ya no le daba para tanto, decidió irse al Schalke, cosa que sólo se entendía desde su deseo de jugar la Champions, de sumar nuevos goles a los que se llevó del Madrid. Y saltó de los 66 a los 71, en una aventura que desde España se siguió con admiración y respeto. Cinco goles más para llevar el récord lo más lejos posible.
Pero si Raúl era un Ferrari, como dijo Hierro, por detrás le viene un reactor. Messi, con 24 años, tiene ya los 49 de Di Stéfano, lleva ¡doce! en esta edición, y sin entrar todavía en cuartos. Perfectamente puede pasar de los cien, sólo con que su carrera mantenga un curso normal. No tiene la estética de Maradona ni la omnipresencia de Di Stéfano ni la potencia de Pelé ni la elegancia de Cruyff. Tampoco el físico tremendo de Cristiano, ni su pegada de balón. Pero no he visto nunca un jugador igual, tan capaz de resolver todo tipo de partidos: los fáciles, los difíciles y los imposibles. Es un prodigio.