El derbi de la tortilla
Manzanares al Barça, que acababa de sufrir el secuestro de Quini. Anunció que jugaría un día, cuando ya tuvieran el título seguro, de defensa central:
—Yo había jugado en la Facultad de Medicina. No era técnico, era de los de si pasa el balón que no pase el hombre. Pero no sería tan malo. Me dejaron caer algo del España Industrial, antecedente del Condal, el filial del Barça. Pero no cuajó.
Y llegó lo inevitable. Le pusieron a Guruceta en Sarriá y perdió 2-1. Luego, empate en casa 1-1 con el Salamanca, Condón Uriz mediante. Derrota en Gijón, 3-0, con Fandós. Un punto en tres partidos. La Real Sociedad y Real Madrid, en una gran segunda vuelta, se le están echando encima. Así se llegó al partido del Zaragoza en el Manzanares, a cuatro jornadas del final. El público va al Manzanares mosqueadísimo por esos arbitrajes, con Cabeza en todos los periódicos y radios soltando lo que piensa.
Arbitró Álvarez Margüenda y aún lo recuerdo como la jornada de mayor enfado atlético con un arbitraje, que ya es decir. El Zaragoza pegó mucho (Rubén Cano se fue lesionado en el minuto 4) pero los expulsados fueron atléticos, Marcos y Robi. Se le reclamaron dos penaltis en el área aragonesa, pero el que pitó fue contra el Atlético. Ganó el Zaragoza, 1-2, con un gol final de Valdano. Cayeron vallas, se invadió el campo. Hubo alborotos en la calle. Resultado: cierre y jugadores suspendidos.
Aun así, el Atlético saca un 1-1 con Sánchez Arminio en la visita a Valencia, lo que descarta a este equipo para el título. Toca visitar el Bernabéu, en la penúltima jornada. Al Madrid le faltan seis titulares: García Remón, Benito, Ángel, Gallego, Juanito y Cunningham, más Pineda, suplente de estos últimos dos. El Atlético tiene 41 puntos, como el Madrid. La Real, 42. Aún puede aspirar al título. Pero Cabeza dice que les van a robar seguro y convoca a una merienda con tortilla y bota de vino en el Manzanares a la hora del partido, las cinco de la tarde. Es el 19 de abril, Domingo de Resurrección.
Acuden unos diez mil, que se concentran en la grada baja, delante del palco, en el que se instala Cabeza. Una pancarta le ensalza: “No seremos campeones/ pero tenemos un presidente/ que le hecha (sic) coj…”. Cabeza firma billetes de metro, carnés del Atlético, fotos, billetes de cien, mil y hasta cinco mil pesetas. La megafonía conecta la transmisión del partido. Arbitra Urízar. El Madrid gana 2-0, desperdiciando un penalti. El duelo se disuelve pacíficamente: “Todos a reírse, no quiero una cara triste. Si el partido de hoy se ha perdido en el terreno de juego, como hemos oído, no hay nada que decir. También sabemos perder. La Liga nos la robaron el día del Zaragoza”.
Para la última jornada, el destierro, Cabeza escoge Albacete. Empate (0-0) con Osasuna. Arbitró Ramos Marcos. Ese mismo día la Real gana la Liga in extremis, con gol de Zamora cuando el Madrid ya había acabado en Valladolid (1-3) y se sentía campeón.
El Atlético había hecho tres puntos en los últimos siete partidos.
Cabeza aguantó un año más. Le suspendieron por 16 meses. Al final de la 81-82 se fue. Equilibró cuentas con las ventas de Marcos y Julio Alberto al Barça. Al cabo de tanto tiempo, no se arrepiente de nada:
—Alguien tenía que decir esas cosas, y fui yo. No sabía callarme, ni sé ahora, ni lo pretendo. Por cierto, unos años después mi familia y yo nos encontramos a Álvarez Margüenda por Sevilla. Nos saludamos. Me pidió perdón. Si alguien te pide perdón es que te ha hecho algo malo, ¿no?
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