La final que traspasó la pantalla

Con frecuencia he lamentado que las transmisiones por televisión hacen que el deporte sufra, en el tránsito catódico, una cierta fuga de dramatismo. La mueca de esfuerzo, el sudor, el golpe, se difuminan en millones de electrones o lo que sea, que viajan, se reagrupan y se transforman en una imagen en dos dimensiones, lista para el consumo rápido en casa. A veces, contempladas distraídamente, mientras se sostiene una conversación. Ese viaje falsifica inevitablemente la esencia del deporte.

No es lo mismo verlo de cerca que en la televisión, por mucho que esta esté más cerca. Por ejemplo, si se ve el fútbol desde la banda se aprecia su velocidad, el sonido del balón, que delata la calidad del toque, el ¡ay!, la ansiedad general. Desde la tele, todo parece casi como ensayado.

Copa

Recuerdo que cuando llevé los deportes de Canal + tuve la sensación de que no fuimos capaces de explicar bien en las transmisiones el juego del ‘Dream Team’. Visto desde abajo, el balón circulaba a una velocidad de rayo. Resultaba inconcebible la habilidad con la que unos se los enviaban a otros, a un toque, siempre con Guardiola en medio. Visto desde la televisión, lo de Guardiola parecía simple. Balón que viene, balón que va, toque aquí, toque allá. Eso lo hace cualquiera. Pero no, porque el balón viajaba a una velocidad que vista en la tele desde el salón de casa no se percibe.

No es raro, por eso, que años después muchos hayan visto, y con sinceridad, aburrido el juego de La Roja y del Barça en los grandes años de Xavi Hernández y su entorno. La velocidad del pase, la precisión inaudita del golpeo, la violencia de las entradas, esquivadas a veces por centímetros, otras veces alcanzando el objetivo… En general, todo parecía sosegado, ensayado, monótono. La televisión le quitaba alma. Lo que se apreciaba desde abajo, se perdía en ese viaje catódico hasta nuestras casas.

La final del otro día entre el Sevilla y el Barça me quedará en el recuerdo porque traspasó eso. La emoción creciente desde la expulsión de Mascherano (esa camiseta de Gameiro estirada por el agarrón del central) fue poco a poco rompiendo esa barrera. Empezando por el subsecuente tiro libre de Banega, que salvó Ter Stegen con un manotazo de ahogado.

El esfuerzo de Luis Suárez por alcanzar un balón, su desconcierto al sentirse lesionado, su primer intento por apurar la jugada, su llanto desconsolado en el banquillo… El tremendo golpe de cabeza entre Carriço y Messi, que se quedó como si le hubiera golpeado la campana de la catedral de Burgos. Luego, el enrojecimiento rápido de la cara golpeada, tan perceptible. Y en los primeros planos, su mirada, inteligente, decidida, necesitada, cuando iba a sacar cada falta. Esa determinación que le nacía de lo más profundo. Los cortes agónicos de Piqué, las salidas de patinador de Iniesta, que bailaba un vals en el territorio entre trincheras. La entrada ‘in extremis’ de Banega, su gesto resignado. Evitó un gol, pero se iba fuera. Su imagen tan digna, marchándose sin protesta tras la expulsión inevitable. Tras jugar un grandioso partido, le dio a su equipo lo último que le quedaba, su propia inmolación.

Las pasadas por el trío Colau-Bartomeu-Puigdemont, tan circunspectos durante tanto rato. Los dos goles, culminación de un partido que nos presentó otra cara del Barça, apretado hasta su límite, pero que confirmaron lo que habíamos percibido en el fondo de los ojos de Messi: su determinación de ganar esa final. Dos pases, dos goles, dos montañas de hombres celebrándolo. Las nuevas pasadas por el trío antedicho, que fueron evolucionando de aliviados a felices. El enfado final de Carriço con el árbitro, una queja que en realidad tenía como destinatario al Destino.

Luego, acabó todo. Se convirtió en algo así como una feliz fiesta de cumpleaños de niños de papás ricos, que les acompañaban, cariñosos, para que vieran de cerca al Rey, como si eso fuera el regalo.

Volvió a ser la tele. Y fue entretenido. Pero antes de eso, toda la tremenda fuerza del fútbol había sacudido la pantalla.


2 Comentarios

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GBO

Buen artículo, expresa bien toda la emoción vivida este domingo

05/24/2016 03:05:36 AM

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Bernardo Salazar Acha

¡Magnífico, señor Relaño!

05/24/2016 06:49:38 AM