El pasado martes viví uno de mis sueños infantiles. Les confieso que pensé que me iría de este mundo sin verlo cumplido, pero gracias a la gentileza de Bwin.com puedo contar orgulloso a mi pequeño Marcos que su padre jugó un día un partido en la alfombra mágica del Bernabéu. El partido montado entre periodistas fue una gozada. Todo estaba muy bien organizado porque el Madrid tiene estructurado este tipo de eventos de forma que te hace sentirse un jugador del Real Madrid desde que entras al estadio. Nos cambiados en el vestuario del equipo visitante, pero como ese fue en el que Mourinho dio la táctica para que el Inter ganase la Champions el 22 de mayo, me sentí como si fuera el vestuario del Madrid.
Indumentaria adecuada para la cita, y en mi caso con el orgullo añadido de lucir la camiseta de Casillas y el brazalete de capitán en mi brazo izquierdo. Sensación de fuerza, de honor, de poderío. Me llegué a responsabilizar como si de verdad fuese un partido oficial del Madrid. En el equipo de enfrente estaba de capitán mi admirado José Antonio Luque,. Un clásico impagable del periodista deportivo y uno de mis mejores amigos. Saltamos al césped con la megafonía poniendo las notas del We are the Champions. Casi me da algo. Pensé en Amsterdam, en París, en Glasgow… Ser Raúl o Hierro y escuchar ese himno levantando una Copa de Europa debe ser la releche. Empezó el partido y con los nervios lógicos por la magnitud del evento me comí dos goles. Dos remates cruzados y ajustados, pero como esas portería son eternas no hubo manera de llegar. Pero me serené, apreté mis guantes que llevaba dos años sin utilizar y me dije: “Tomás, llevas en la camiseta es escudo del Madrid y el brazalete de capitán. No hay nervios que valgan. Debes honrar esta camiseta sagrada”.
Juro que desde ese momento me puse las pilas. No sé de donde saqué la fuerza, pero desde ese instante disfruté como un niño y me veían infalible. Mi equipo remontó hasta el descanso (fuimos 3-2 al intermedio) y en esa media hora final no pudieron meterme ni uno más., Cuando atajé un remate envenenado la megafonía puso la música grabada de las gradas del Bernabéu en las noches mágicas: “Iker, Iker, Iker”. Casi me da un patatús.
Qué fuerte. El césped es una maravilla y parece mentira que aquí Drenthe sed haya tropezado alguna vez. El trío arbitral impecable. Gente que hacía el Tour del Bernabéu animándonos desde la Tribuna. Todo fue celestial. Saqué dos balones en largo propiciando contraataques y uno acabó en gol. Me sentí inmenso, grande, diferente. Me sentí jugador de fútbol. Me sentí Iker Casillas. Ahora entiendo que sean unos ídolos de masas. Ser un crack del fútbol y aguantar la presión para ser siempre el mejor debe suponer un desgaste terrible. A las estrellas nadie les regala lo que son. Me quito el sombrero por ellos. Y yo sólo puedo decir una cosa más. Después de haber escrito un libro y haber tenido un hijo ya sólo me faltaba jugar en el Bernabéu. Prueba superada. Ya puedo morirme tranquilo, señores…