Bill Leavy fue el árbitro principal que dirigió la Super Bowl XL. Aquella que consumó la resurrección de los Steelers y el nacimiento del mito Big Ben.
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Bill Leavy, casi cinco años después, no duerme por las noches. Los remordimientos le corroen por dentro. El partido le vuelve a la cabeza una y otra vez. “Me iré a la tumba deseando haberlo hecho mejor”.
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Mirad, yo, como vosotros, he visto a muchos árbitros confundirse en muchos partidos. Todos recordaréis a Ed Hochuli regalándole la victoria a los Broncos contra los Chargers hace dos temporadas… y saliendo como un torero al centro del campo para decir por los altavoces que se había confundido, que no había marcha atrás y que él era el único culpable.
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Los árbitros de la NFL, a pesar de sus errores, son muy buenos. A veces se confunden, como todos, pero también resulta increíble descubrir como ven cosas, en medio del fragor de la batalla, que el resto de los humanos necesitamos analizar a cámara lenta, y aún así nos cuesta descubrir.
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Por eso fue tan indignante el arbitraje de Bill Leavy y sus asistentes en el Seahawks-Steelers. Ahí no ocurrió un error puntual, ni un detalle de apreciación. Leavy realizó una labor de zapa contra los Seahawks, machacándoles en muchas de sus decisiones. Primero les sacó del partido, después facilitó las anotaciones de sus rivales y, por último, impidió cualquier reacción final. Leavy persiguió a los Seahawks como nunca se había visto en un partido de la NFL, hasta el punto de que en muchos de los medios estadounidenses se habló de amaño, algo que nunca había sucedido en la NFL moderna. Leavy realizó, posiblemente, el arbitraje más nefasto de la historia de los grandes partidos.
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Yo titulé la crónica de aquel partido en Nflspain “Stealers” (ladrones), un título que provocó las iras de la comunidad ‘Steeler’ en España y en gran parte del mundo hispano. Creo que aún no me lo han perdonado, pero fue desolador ver cómo los aficionados del acero defendieron durante meses, e incluso años, aquel arbitraje, justificando cada decisión. Ahora, años después, Bill Leavy ha confesado, sin que nadie le preguntara sobre el tema, sino porque no podía aguantarlo más en sus tripas, que sus decisiones equivocadas influyeron en el resultado final.
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Lo siento por Leavy (que seguirá sin dormir por las noches), por los Seahawks (siempre he pensado que debieron haber ganado aquel partido) y por los Steelers (que a pesar de que repitieron título poco después, siempre tendrán que cargar con esa polémica).
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Y os reproduzco, sin cambiar una coma, la crónica que escribí para aquel partido. Tal vez ahora, con la perspectiva que da el tiempo y las declaraciones de Leavy, no os parezca tan escandalosa como entonces a los aficionados de los Steelers.
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Stealers
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6 de Febrero de 2006
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Me gustaría decir que Big Ben Roethlisberger, el gran protagonista del playoff de esta temporada, también fue un gigante en la Super Bowl... pero no puedo.
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Me gustaría decir que los Seahawks y Steelers fueron dos contendientes de talla para la Super Bowl XL... pero no puedo.
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Me gustaría decir que Jerome Bettis se retiró haciendo un partido memorable en el que el juego de carrera de los Steelers se coronó como uno de los grandes de la NFL... pero no puedo.
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Me gustaría decir que los Steelers han sido, de verdad, el mejor equipo de la temporada en la NFL... pero no puedo.
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Me gustaría decir que aún tengo taquicardias por la emoción vivida durante un partido que pasará a la historia... pero no puedo.
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En realidad me gustaría decir muchas cosas bonitas para que todos los aficionados, los de Pittsburgh, y Seattle, los de Philadelphia, y Boston, los de Chicago, y Denver, y los de todos y cada uno de los 32 equipos de la NFL estuvieran contentos, y no se ofendieran, ni se sintieran agraviados, ni pensaran que esta columna semanal es una ofensa para ellos.
Pero mirad, no soy capaz de engañarme ni de engañaros. Una semana más tengo que decir lo que pienso. Me importa un bledo a quién le duela.
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Porque la realidad es que los árbitros de esta Super Bowl lamentable sacaron del partido a los Seahawks a pañuelazos hasta que consiguieron que los de Holmgren no dieran pie con bola.
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La realidad es que fue un atraco a mano armada que no sólo deja en entredicho la final, sino una serie encadenada de decisiones arbitrales que, poco a poco, han desvirtuado una temporada que no ha ganado el mejor.
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Es muy fácil decir que fue interferencia del ataque, que los Steelers hubieran entrado en cuarto down, que hubo holding en el retorno, que el placaje de Hasselbeck debajo de la rodilla fue un lapsus pasajero debido al parkinson del árbitro principal, y que la mano apoyada en el hombro del defensa, si te fijas fotograma a fotograma, es un holding de libro, porque hay un momento que el dedo meñique hace forma de gancho y que, por eso, ese pase completado a la yarda uno estuvo bien anulado.
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Porque si nos ponemos académicos el arbitraje fue un dechado de virtudes y una lección de football. Pero si ponemos los pies en la tierra, si medimos como, de verdad, se mide en la NFL, el touchdown de Seattle fue de libro, Roethlisberger no entró, en el retorno no hubo holding y en el pase del 17-14 tampoco y, por supuesto, Hasselbeck puede placar al contrario que lleva el balón por debajo de las rodillas, después de una intercepción, si le sale de las narices.
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Pero al final da lo mismo. El tiempo deforma la realidad. Dentro de 20 años se hablará de la resurrección del Telón de Acero, allá por el 2006, en un partido en el que los Steelers dieron una lección defensiva y se pasearon por el campo. De verdad, me gustaría poder decirlo hoy de corazón, aunque sólo sea para haceros felices,... pero no puedo.
Me alegro por los Steelers, equipo por el que siempre he sentido una gran devoción. Porque todos los verdaderos aficionados hemos enloquecido con Jerome Bettis, y nos hemos comprado una toalla amarilla, y hemos admirado la historia del sueño americano protagonizada por Tommy Maddox, o la trayectoria genial de Billy Cowher, el hombre del mentón de acero que no encuentra nada en el mundo tan bonito como sesenta minutos de football americano. Me alegro por sus aficionados y por lo que ese equipo representa. Pero también creo que el trofeo Vince Lombardi acumula en su superficie pulida una dosis tan increíble de grandeza que sólo puede ser entregado, y levantado con orgullo, cuando se ha alcanzado de forma gloriosa, en una noche épica y después de una temporada excepcional. Perdón, lo siento, que nadie se lo tome a mal, pero los Steelers de esta temporada no son un equipo gigante para la grandeza del Lombardi.
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Y así estamos hoy la mayoría de los aficionados a la NFL. Con la mosca detrás de la oreja, con la sensación de que nos han tangado, de que la película que nos recomendaron no era para tanto y de que la chica de voz aterciopelada no tiene las piernas que soñábamos.
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Y los locos de los Steelers, los que piensan en amarillo y sueñan con conducir un autobús, airearán su alegría durante meses, pero en lo más profundo de su alma saben que esta historia no ha sido trigo limpio y hubieran preferido un final más acorde con la grandeza de su equipo.
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Y no, yo no pienso como tantos y tantos medios estadounidenses, que los Steelers fueron en realidad Stealers (ladrones). El atraco lo perpetraron los árbitros y los Steelers se limitaron a aprovecharlo.
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mtovarnfl@yahoo.es
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