Pedaladas

Vamos a hablar de ciclismo, pedalada a pedalada. De sus gestas y de sus miserias. Desde mi experiencia como periodista en treinta grandes vueltas y en otras múltiples batallas...

Autor: Juan Gutiérrez

La #Klasikaos de San Sebastián

Hace unos días escribía sobre ese vacío que deja el final del Tour de Francia, sobre esa extraña sensación que nos inunda el día después. La Clásica de San Sebastián ayuda a llenar ese hueco, a abreviar el camino hacia la Vuelta a España. Y exactamente con esas ganas de ciclismo nos pusimos el sábado frente al televisor. La experiencia no pudo ser más decepcionante.

Un problema con el avión repetidor impidió presenciar por televisión los kilómetros decisivos de la carrera. Cuando por fin llegó alguna imagen, Adam Yates iba fugado con una ventaja suficiente para ganar. El británico hizo los últimos metros intentando comunicarse por el pinganillo con su director y cruzó la meta sin ninguna muestra de alegría ante el estupor de un público que le animaba sin tregua. "¿Yo? ¿He ganado yo?", preguntaba con sorpresa. Muchas veces habíamos visto a segundos clasificados celebrar despistados la victoria, pero este caso era mucho más atípico.

Yates

Pronto pudimos conocer la razón de tan raro comportamiento. El gemelo Yates creía que por delante iba un escapado: Greg Van Avermaet. Pero el belga no había llegado a la meta porque había sido absurdamente derribado por la moto de un juez que le arrolló por detrás, en el enésimo error de organización y de seguridad en lo que llevamos de temporada. El apagón televisivo había impedido presenciar el caótico desenlace, desvelado luego por la propia víctima en las redes sociales.

  

Como una rápida secuencia me vinieron las imágenes de aquellos famosos bolardos rematados chapuceramente por unos conos en la Gran Vía de Bilbao que provocaron una terrorífica caída en una etapa de la Vuelta al País Vasco. Acto seguido recordé también los reiterados problemas con los directos en la Volta a Catalunya, donde una simple lluvia ciega los televisores del mundo entero. No han sido los únicos percances que se han vivido este año en carreras de alta gama: basta citar el ignorado paso a nivel en la París-Roubaix, el arco hinchable caído en el Tour de Flandes o el coche que se coló en dirección contraria en la Amstel Gold Race. La colección es bastante completa, pero las pruebas World Tour españolas se llevan un deshonroso pleno.

Tras la Clásica recordé la sucesión de bolardos, apagones y motos en las redes sociales. Alguien me contestó: "No es casualidad". Y seguramente no lo sea. La crisis económica, que ha matado a tantas competiciones y ha herido gravemente a otras, y la política del recorte han convertido en precariedad lo que antes era excelencia. No sólo en el deporte. En Catalunya, en el País Vasco y en el resto del Estado hay organizadores con tradición y de verificada solvencia, que nadie lo dude; aunque no lo estemos demostrando este año, esa es la verdad. Y hay que ponerse las pilas, porque las imágenes, con apagones o sin ellos, tienen proyección internacional. La Clásica de San Sebastián, que tanto anhelábamos, comenzó con el hashtag #klasikoa y, según me apuntaron con sorna por Twitter, acabó como #klasikaos. Gran ocurrencia y mejor descripción.