Desde que tengo memoria, Valero Rivera divide al mundo del balonmano entre simpatizantes devotos, que son mayoría, y opositores recalcitrantes. Yo no tengo bando. Es un entrenador de prestigio, con un historial apabullante, y casi por encima del bien del mal, pero que también comete errores al menos para quien intenta ejercer una crítica sin colores y argumentada, aunque todo es debatible, claro. Por eso señalé en su día que a mi juicio se había equivocado en la formación de la Selección olímpica, sobre todo por no convocar a Alberto Entrerríos, o por no llamarle de urgencia cuando se lesionó Antonio García.
Y ahora Valero Rivera entona el mea culpa, recupera al asturiano, y asume que le echó en falta en Londres. Una declaración tan expresa de una equivocación por parte de un mito, no es algo a lo que estemos acostumbrados en el deporte nacional; por lo tanto, sin duda, y para mí, Valero recupera y multiplica su crédito como entrenador y como director de un grupo humano.
Otro se hubiese obstinado en su empeño, habría buscado razones para maquillar el error, y ahora contra selecciones menores respecto a las que España se encontró en Londres, hubiese mantenido de manera contumaz su apuesta de los Juegos Olímpicos. Por eso, y en este caso, me descubro y aplaudo al seleccionador español, que ha compuesto un grupo homogéneo y aunque se pueda discutir algún nombre, los que están seguro que lo merecen.
Por ejemplo, la presencia del lateral zurdo del Barcelona, Montoro, tiene que ser una obligación, porque no tenemos en España jugadores como él, tiradores de nueve metros o más, de 2,12 metros de talla; y como es una limitación, la apuesta por el toledano tiene que ser casi una imposición de estilo de la Federación Española a sus entrenadores.
De la lista de Valero se cae Hombrados, por lesión, tan grave que pone en cuestión su carrera, que podría adelantar su retirada, aunque el madrileño lo ha dejado claro: piensa perseverar y seguir por lo menos una temporada más. Joseja es de esos tipos que sonríe en las duras y en las maduras, de esos deportistas que uno agradece encontrarse en este tinglado, de la buena gente que va por la vida haciendo amigos en cada partido. Por eso me duele su lesión, como todas, como la de Óscar Perales que va camino de quedarse dos años seguidos fuera de juego, operado este jueves en Madrid, en la misma Clínica Cemtro que el portero del Atlético de Madrid.
Es el mal de un deporte tan exigente, con un calendario tan intenso, que los jugadores están al límite, y es más sencillo romperse en esas circunstancias. Conviven con esa posibilidad, y cuando sucede que se tronchan, un tipo como Hombrados sale delante de la prensa y sólo es capaz de decir gracias por ocuparos de mí. Y para despedirse, se va con un “volveré, y bien”.
Pues eso esperamos, que vuelvas, Joseja, y que el medio año de trabajo en solitario te sea llevadero.