La Maratón de Nueva York lo cambió todo
Una imagen de la Maratón de Nueva York.
El vigésimo octavo Premio Príncipe de Asturias ha vuelto a galardonar al atletismo, el deporte más reconocido, con una decena de distinciones en 28 años.
El de este 2014 me parece un premio de calidad (no siempre lo ha sido) y ha recaído en la Maratón de Nueva York, la carrera de 42.195 metros más famosa y multitudinaria del mundo, pero no la de más calidad competitiva ni la más antigua entre las que se celebran anualmente.
Me parece un buen premio, digo. El Jurado ha calificado a la carrera como “uno de los acontecimientos deportivos más importantes del mundo. Desde su nacimiento en 1970, cuando sólo participaron 127 corredores, se ha convertido en la prueba popular de referencia que simboliza la mejor convivencia entre el deporte aficionado y el profesional con más de 50.000 participantes en su última edición. Esta máxima expresión de deporte, colaboración ciudadana y espíritu solidario se plasma cada año el primer domingo de noviembre en una tradición de gran repercusión mediática, en la que toda la ciudad se contagia del entusiasmo colectivo por recorrer los míticos 42 kilómetros y 195 metros”.
También se debió añadir en la argumentación del premio que es precisamente en la Ciudad de los Rascacielos donde nació masivamente lo que ahora llamamos running o, en español, carreras populares. Un tipo de deporte actualmente habitual en casi todo el mundo, pero que en el tiempo en que nació la Maratón de Nueva York era una novedad absoluta. Hasta ese momento los que corrían por las calles en pantalón corto o en chándall eran poco menos que unos chalados.
La estela de la Maratón de Nueva York la siguieron Londres, Berlín, Chicago, París, Rotterdam, Ámsterdam… y, en España, casi una década después, Madrid. La Gran Manzana cambió la mentalidad deportiva, abrió nuevos caminos, antes cegados. Fue el inicio de una revolución. Un gran premio, sin duda, el que se decidió justo el día antes en que el Príncipe de Asturias pasará a convertirse en Rey de España: Felipe VI.
El primer domingo de noviembre del año pasado llegaron a la meta en Central Park 50.062 corredores, récord absoluto en una maratón. Pero es que, además, Nueva York ha acogido las otras tres carreras más multitudinarias de la historia: 46.759 corredores en 2011; 44.785 en 2010 y 43.250 en 2009. En 2012 no se celebró a causa del huracán Sandy, que tuvo efectos devastadores.
Y junto a esas decenas de miles de corredores, atletas de élite internacional. Esa es, en mi opinión, la esencia de este tipo de carreras: unir la élite con la masa, los que quieren ganar y los que quieren terminar.
Vamos al atletismo, que al fin y al cabo este blog se dedica a este deporte. Hasta en diez ocasiones lo hemos ganado: el británico Sebastian Coe (mediofondo) en la edición inaugural, la de 1987; el ucraniano Sergey Bubka (pértiga) en 1991; el cubano Javier Sotomayor (altura) en 1993; la argelina Hassiba Boulmerka (mediofondo) en 1995; el estadounidense Carl Lewis (velocidad y salto de longitud) en 1996, único atleta que no acudió a recoger el Premio; el equipo español de maratón, en 1997; el marroquí Hicham El Guerrouj (mediofondo) en 2004; la rusa Yelena Isinbayeva (pértiga) en 2009, la última mujer, de cualquier deporte, en ganarlo, y que mereció un piropo de la Reina Sofía: "¡Qué guapa!"; el etíope Haile Gebrselassie (fondo) en 2011; y ahora la Maratón de Nueva York. Es una buena lista, desde luego.
Diez premios excepcionales. Al atletismo le siguen en méritos, en este aspecto, el tenis (4), el ciclismo y el fútbol (3), el golf y la Fórmula 1 (2) y el Olimpismo (Juan Antonio Samaranch), el motociclismo, el waterpolo y el baloncesto, con uno cada uno.
Me gusta el premio. Creo que esta vez el Jurado ha acertado de pleno, aunque los finalistas también eran muy buenos.
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